Ruben Torres Llorca y Liliam Dom�nguez



Las referencias literarias han sido frecuentes en la obra de Rub�n Torres Llorca desde finales de los a�os 80, cuando titul� con un memorable verso de Pere Gimferrer una de sus piezas pl�sticas: “Si pierdo la memoria, qu� purez”. En julio pasado Torres Llorca y Liliam Dom�nguez inauguraron en el Centro Cultural Espa�ol de Miami la exposici�n Un cuento para ni�os basado en un crimen real, que es “una pieza narrativa, parte ‘thriller’, parte obra de intervenci�n, parte cuento de hadas tridimensional. Narra dos historias paralelas, una masculina y otra femenina, que a veces son disonantes, otras veces arm�nicas y en un punto es la misma historia”.

El proyecto es una puesta en escena de algunos cuentos de hadas —o de todos, que son en esencia uno y el mismo—, un tema al que Torres Llorca ha recurrido con frecuencia en su obra m�s reciente, enfatizando esa cualidad de reservorio del alma colectiva, que ha servido durante siglos para transmitir ciertas ense�anzas, de generaci�n en generaci�n, a trav�s de im�genes que sobreviven por m�s tiempo que lo que hubiera podido hacerlo su mera repetici�n conceptual. A este poder del mito y la met�fora Torres Llorca le insufla ahora, en su doble papel de artista y curador, un sentido mucho m�s personal, derivado del di�logo que establece con la obra de Liliam Dom�nguez, que a su vez se deriva de una estrecha relaci�n personal y profesional entre ambos artistas, quienes han analizado con frecuencia sus respectivas po�ticas y colaborado en la realizaci�n de diversas obras; y entre ellas est� una de la colecci�n permanente del Bass Museum, de Miami.

Este di�logo entre la obra de ambos artistas se lleva a cabo bajo una poco ortodoxa media luz, que evoca la atm�sfera en que usualmente les son le�dos o narrados los cuentos de hadas a los ni�os, antes de dormir. En ese ambiente misterioso e �ntimo, las piezas de Torres Llorca y Dom�nguez conversan en voz baja y, de hecho, logran desplazar nuestra condici�n de espectador a la de voyeur, haci�ndonos sentir como que hemos vulnerado un espacio privado, donde se ventilan asuntos que no nos incumben pero que, al mismo tiempo, nos resultan muy atractivos. Cinco textos de pared gu�an este recorrido visual y cobran un cierto car�cter borgiano al enterarnos de que, excepto uno, todos son ap�crifos: otra vuelta de tuerca literaria.

El supuestamente firmado por Clarice Lispector nos advierte que “es en la oscuridad donde debemos mirar”, aportando un indicio sobre el punto en que las respectivas obras de ambos artistas se intersecan para hacer coincidir las luces y sombras captadas por la fotograf�a, y la luz y la sombra proyectada por las l�mparas de noche que reposan junto a las piezas tridimensionales, algunas de las cuales poseen una sombra adicional, pintada sobre el piso. Por otro lado, tambi�n se cruzan la belleza de la entrop�a contempor�nea, que Liliam Dom�nguez fusiona arm�nicamente con im�genes de cierta nostalgia cl�sica, en el discurso esencialmente visual de sus fotos digitales, y por �ltimo, los objetos ic�nicos y arquet�picos de Rub�n Torres Llorca, que descansan sobre —o son cubiertos por— un tapiz de palabras, que a veces puede adoptar la forma de una red, una telara�a o un mosaico, subrayando el lugar central que ha ocupado el texto en la cultura occidental.

Un hombre extraviado en un laberinto pudiera ser Teseo en busca del Minotauro pero, como todo hombre, es al mismo tiempo Teseo y el Minotauro. En la pared adyacente, el �nico texto no ap�crifo, firmado por Enrique Vila-Matas, sugiere que Dante escribi� la Divina Comedia s�lo para poder incluir escenas de sus encuentros con la irrecuperable Beatriz. Otra f�bula importante en esta muestra es La Bella y la Bestia, y emerge en otro texto de pared que Torres Llorca atribuye a Rene Clement, diciendo que Jean Cocteau ten�a un gui�n alternativo para su pel�cula, en el cual la Bella no s�lo transforma a la Bestia sino tambi�n a s� misma, pierde su pureza y abandona su misi�n inconclusa. La Bestia no sabe c�mo lidiar con su reci�n descubierta humanidad y ambos dejan de ser perfectos arquetipos del bien y el mal. Al pie de este texto, una instalaci�n muestra a un hombre que transporta un pesado fardo y una ni�a, representada a una escala mayor, al otro extremo de una suerte de puente formado por siete peque�as pizarras que contienen dibujos esquem�ticos y pedag�gicos hechos con tiza.

Definitivamente, �sta no es s�lo una exposici�n de arte. Adem�s de un excelente proyecto curatorial, es tambi�n, o sobre todo, una obra terap�utica, curativa, en la mejor tradici�n del arte antropol�gico de los 80 cubanos, adem�s de ser la sublimaci�n de un deseo y la estetizaci�n de un sentimiento, mediante la cita de unos pocos cuentos de hadas para lograr evocar al mismo tiempo todos sus arquetipos.

Rafael Lopez-Ramos

ArtNexus No. 68 - Dic 2007

 

 

 

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